2011/07/27

Ongietorri Ziberespaziora

Hay problemas, como sugiere Umberto Eco, que deben resolverse demostrando que no tienen solución. Eco dice que la función del intelectual es atreverse a decir este tipo de verdades aunque puedan llevar a resultados emotivamente insoportables. En el mismo sentido, Juan José Linz, en su libro sobre la quiebra de las democracias, sostiene que una de las responsabilidades del político es decir qué situaciones son irresolubles o cuáles tienen muy difícil solución.

Nada de todo eso parece estar sucediendo en la cuestión del terrorismo. No son muchas aún las voces -ni entre los intelectuales ni, aún menos, entre los políticos- que se atrevan a afirmar que el terrorismo es un problema sin solución obvia. De esta forma, nos vemos abocados a una bien poco esperanzadora guerra-contra-el-terrorismo que no admite espacio alguno para la reflexión. Y, sin embargo, resultan abrumadoras las razones que nos permiten vislumbrar el callejón sin salida al que nos conduce esta obcecada apuesta por una hipotética solución militar. 

A pesar de que no sea el camino más fácil, ni siquiera el más atractivo probablemente, parecería recomendable, por un sentido de Humanidad, seguir la recomendación que nos legó Ernst Jünger: "Antes de poder actuar sobre un proceso es preciso haberlo comprendido". Lo cual nos obliga a cuestionar, no sólo ahora y aquí, algunas verdades demasiado repetidas y poco razonadas acerca del fenómeno de la violencia terrorista. Obligados a actuar con una serie de valores y principios, hay medidas que no es posible aplicar, en democracia, al caso del terrorismo. 

Resulta indudable, por tanto, que el terrorismo se mueve a gusto en el terreno de los derechos y las libertades públicas propias de las democracias liberales, a la vez que constituye una grave amenaza para la estabilidad de las sociedades tolerantes.
En última instancia, el terrorismo busca una reacción estatal desmesuradamente coactiva, basada en una lógica militar, que traicione los principios y los procedimientos propios del orden democrático. Una reacción como ésta, lejos de atajar las causas del incendio social, lo aviva -aumentando la inseguridad, el desorden y polarizando el conflicto- y, con ello, contribuye decisivamente a la cronificación y a la extensión del problema que, se supone, pretendía resolver. (Reinares, 1998:156-166).

Asimismo, en la lucha contra el terrorismo, se cae con frecuencia en la "falacia normativa" de quienes piensan que imponer una prohibición significa anular el problema. Cuando la realidad es la contraria: con frecuencia la prohibición agrava el problema (Resta, 2001:46-47). Asimismo, resulta dudoso que la estrategia de "ser duros con los terroristas" tenga mucho efecto sobre los miembros más implicados. Así que la amenaza de un aumento adicional de las penas por sus acciones tiene un escaso efecto disuasorio, si es que tiene alguno. (Juergensmeyer, 2001:271).

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